Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

10. Höös, Escania, hacia las 3:00 pm / Santuario, hacia las 4:00 pm 



Aiolos lucía desenfadado, como siempre. Su expresión distendida y relajada, así como su discreta sonrisa amable, no habían abandonado su rostro en ningún momento. Se tomó su tiempo para tranquilizar a Afrodita y asegurarse de que en verdad se encontraba centrado y en sus cabales, listo para un eventual enfrentamiento con esa diosa que, aún no tenía claro el cómo o el porqué, parecía ser su conocida más allá de un encuentro fortuito.  

Había atendido al santo de las rosas para que ingiriera algo, cualquier cosa, que le permitiera tener fuerzas físicas y fortaleza mental para el reto que se había propuesto. Apenas consiguió que comiera un poco de pan y queso con unos sorbos de saft, que según había comentado Afrodita, había adquirido para Angelo por gustar en demasía de esa bebida. El solo recuerdo de Angelo empañaba los ojos de Afro y removía un odio visceral de sus entrañas, dirigido por entero a la Señora del Hermoso Llanto. 

―¿Señora del Hermoso Llanto? ―preguntó Aiolos, incapaz de comprender el epíteto. 

―Así la llaman por aquí. Porque llora lágrimas de oro ―respondió Afrodita con voz tensa―. Pero yo la haré llorar sangre. Esto no se lo perdonaré... 

Chrysaor, que había permanecido atento y circunspecto, se acercó a hablar con Aiolos: Afrodita los vio cuchichear y luego notó cómo los profundos ojos del general del Océano Índico se posaban en él. 

―¿Cómo es la mujer? ―preguntó con llaneza. 

―Alta. Alta, rubia y blanquísima. Lleva un collar de oro y una capa de plumas en los hombros. Tal vez la acompañen dos gatos azules. 

―¿Azules? ―Krishna arrugó el entrecejo―. Bueno, cosas más extrañas he visto. Saldré a buscarla y les haré llegar mi cosmos si la encuentro. Por ahora descansa.  

―No la vas a encontrar. No tiene interés en que así sea. 

―No pierdo nada intentando dar con ella. Y tú necesitas calmarte y hablar con tu hermano, según creo. Si soy necesario, háganmelo saber. Estaré atento. 

De eso ya había pasado poco más de una hora y ahora vagaban por el campo de Höös, en busca del jardín fabuloso donde se encontraba aquella dama que había causado la caída de Cáncer y la ponzoñosa inquina de Piscis. Ni uno ni otro iba armado: las santas vestiduras se habían quedado en el Santuario y no habían pensado en necesitarlas. La verdad era que bien podían llamarlas para quedar investidos de su protección, pero a Aiolos le preocupaba más cuidar de Afro y procurar hacerle desistir de su búsqueda. A su vez, a Afro sólo le importaba dar con Freyja para arrastrarla del hermoso cabello rubio por toda Escania, de ser posible. 

―¿Sabes, Afro? En estos tiempos en los que la fe en los dioses se tambalea, me consuela pensar que las Moiras tienen bien claros nuestros designios, nuestro camino. Y la verdad, creo que no tienen previsto que nos encontremos el día de hoy con esta dama a la que con tanto denuedo quieres buscarle incordio...  

―Te dije con toda claridad, Aiolos, que no tenías por qué venir, que este es un asunto personal... si tienes dudas sobre mi búsqueda, puedes regresar a la cabaña o a Santuario. Con o sin Saga te darás maña para llegar sin dilación ni contratiempos... Y yo no le busco incordio. Ella me lo buscó a mí... 

―Hombre, no tienes por qué cabrearte. No conmigo ―respondió el arquero con voz que pretendió escucharse herida―. Sólo te hago notar que quizá no es el momento de que se encuentren de nuevo. Y que tal vez deberías tomar en cuenta la propuesta de Shura para que vengan luego los dos a pedirle cuentas a tu... amiga. 

―Que te queden claras tres cosas. Primera: ella no es mi amiga. Segunda: este asunto se finiquita hoy. Y tercera: Shura y Angelo quedan fuera. No volveré a arriesgarme a que les haga daño... 

―Afro... ellos son guerreros. Como tú y yo. Pueden defenderse. Defenderte. Y te aseguro que tu empeño de partir sin ellos los lastimará, no importa si sales indemne o no ―dijo Aiolos con suavidad―. Lo que sucedió hoy se ha debido a que no lo esperaban. Death no supo cómo responder, no se esperó un ataque de esa naturaleza. Por ello es que cayó... 

―No, Aiolos. No es eso. La Dadora actuó por puro capricho... así actúa cuando se trata de mí o mi familia.  

―¿Ah, sí? ¿Y a qué se debe eso? 

―Mi familia... quiero decir... mi familia de sangre, ha habitado esta tierra cientos de años. Somos una estirpe sacerdotal muy antigua, al servicio de la Señora. ¿Entiendes? 

Aiolos detuvo de golpe su caminata y, con ello, obligó a Afrodita a detenerse también. 

―A ver... me estás diciendo que... tus padres, ¿fueron sacerdotes de esta diosa? ¿Pudiste ser sacerdote de esta señora en lugar de Santo de Piscis? 

Afrodita frunció la bella nariz respingona. Sus rizos rubios platinados, teñidos de aquel curioso color azul cielo que hacía juego con sus ojos expresivos, caían descuidados y gráciles sobre su rostro blanquísimo y se desparramaban por sus hombros y espalda. Sonrió, pero era una sonrisa amarga, sangrienta. 

―Durante siglos, mi familia sólo ha dado sacerdotisas a la diosa. Hasta que llegué al mundo. La línea sacerdotal se transmite de madre a hija. Pero mi madre me dio a luz. Y aunque tengo cara de niña, disto mucho de serlo. 

El arquero guardó silencio, meditando en lo que Afrodita le contaba. Recordaba que cuando él y los gemelos eran adolescentes y el resto de la élite dorada estaba, por lo tanto, en plena infancia, ninguno de los pequeños había sido muy expresivo sobre su lugar de origen o historia personal. En verdad, muchos de ellos tenían pocas cosas felices qué contar. Aun así, Aldebarán contaba a veces anécdotas del carnaval en Brasilia, de los espectaculares amaneceres y de la dura vida en las favelas; Camus había descrito con timidez y candor una fría y lejana navidad que recordaba haber celebrado en Moscú y Shura se había explayado sobre la belleza majestuosa y helada de los Alpes que tenía el placer de contemplar desde su pequeña aldea. Casi todos habían hablado alguna vez de su lugar de origen, menos Afro, que se hacía el desentendido cuando alguien le preguntaba cómo era Suecia. Se limitaba a decir que hacía frío y que había flores muy bonitas en primavera. Y nada más. 

Ahora resultaba que era descendiente de... ¿qué? ¿Viejas sacerdotisas? ¿Chamanas? ¿Brujas? ¿Seithkonas? Su rostro se pintó de desconcierto. 

―No entiendo ―confesó sin más Aiolos―. ¿Debías ser su sacerdotisa... y fuiste su sacerdote? 

―No llegué a oficiar nada para ella. Me sacaron... me fui de aquí antes de poder serlo. Debí nacer mujer, pero nací hombre. Y eso fue un disgusto para la Dueña de los Elegidos, para Freyja... Mi mamá... se tomó ciertas libertades en su última liturgia. Y el resultado fui yo. 

Aiolos se rascó la frente. 

―Ahora entiendo todavía menos ―confesó. 

―En otro momento te explicaré a detalle. Por ahora, debe bastarte saber que, en principio, que yo haya nacido hombre le molestó mucho a Freyja y castigó por ello a mi mamá. Con el tiempo, sin embargo, quedó satisfecha de mi nacimiento. Pero mi abuela, que estaba ofendida por el castigo que recibió mi madre, me pidió que no fuera el siguiente oficiante de la Señora... y me dio sus razones, que eran más que válidas. La abuela me explicó que tenía opciones, que en realidad nadie en la familia estuvo obligado jamás a ejercer la liturgia de Freyja, pero que por amor a ella y por fidelidad la practicaron. Hasta que llegó mi turno. 

―Y esta Freyja... ¿es la diosa que reina en estas tierras? 

―Una de ellas. El panteón nórdico entero fue venerado en este lugar: todos, sin excepción. Hay estelas conmemorativas aquí y allá, como de seguro has notado. Ya nadie se toma en serio esos cultos, aunque se quedaron en el inconsciente colectivo del pueblo. Son los ancianos y las familias con más raigambre al terruño quienes recuerdan. Y a veces practican. 

―Ya veo. ¿Y cuáles son sus dominios? 

―La fertilidad, en general: preside la fertilidad, las cosechas, las bodas, los nacimientos... la belleza... la sexualidad. Es la señora de las valkirias. Recoge a los caídos en batalla, igual que Odín.  

―¿Una guerrera?  

―Muchas diosas nórdicas lo son, no es extraño.  

―Bueno, entre nuestras diosas también las hay que se desenvuelven en la batalla como nadie; Athena, sin ir más lejos. ¿Por qué Freyja se metió con Death? 

―Porque quería pedirme ayuda. Quería... chantajearme. Para pedir a la Dama Athena que no haga más movimientos contra la Dama Skade. 

―¿Y eso qué le importa a ella? Mientras Kyría no venga y se meta en sus dominios, lo cual no va a suceder, a Freyja no tienen por qué importarle los asuntos que Santuario se trae con Skade. 

―Aiolos... Skade es la madre de Freyja... ―dijo Afrodita con voz ominosa. El arquero abrió mucho los ojos, sorprendido, y guardó silencio―. No son unidas, pero es evidente que a Freyja le interesa que su madre salga bien librada de este asunto. Está asustada. Dice que hay un tribunal de dioses coligiéndose para juzgarla por lo que le hizo a Camus y por su ataque a Santuario. No quiere que eso suceda. Me ha asegurado que ella, su hermano y su padre se encargarán de castigarla, de no dejar impune la ofensa. Y con toda sinceridad, tal vez le habría prestado oídos, pero después de lo que le hizo a Angelo y de cómo trató a mi familia... Por mí puede irse a la mierda... 

―Tiene sentido, ¿sabes? Si mi mamá estuviera metida en un asunto tan feo como el que envuelve a Skade, yo también estaría preocupado por ella. Sin importar si la razón la asiste o no. Después de todo, es su madre. No puede nada más desentenderse de la situación y ya. Freyja se preocupa por Skade y lo natural sería que Skade se preocupe también por Freyja. 

―No puede pedirme a mí que simpatice con ella. Te digo que me ha hecho mucho daño al paso del tiempo. Se llevó a mi mamá y a mi abuela. A mi mamá ni siquiera la recuerdo... 

Estaban rodeados de árboles de la campiña. El sol se colaba alegre entre las ramas y las hojas y se escuchaba el canto de los pájaros. Cerca, aunque en un lugar indeterminado, se escuchaba el rumor de aguas corriendo. 

―¡Qué maravilla! Como si no fuera ya bastante paraíso estar en un bosque tan bonito, también hay un río ―dijo Aiolos con la alegría tintineándole en la voz. Afrodita frunció el ceño. 

―No hay ríos, riachuelos, ni arroyos en varios kilómetros a la redonda, Aiolos. No en este paraje. Presta atención, que debe tratarse de ella. 

Caminaron aún un trecho antes de ver, a lo lejos, un seto florido extenderse ante sus ojos. Un enorme lince deambulaba indolente entre el matorral y otro estaba echado al lado de un bulto caído, envuelto en telas blancas y pardas. 

―¿Krishna? ―preguntó alarmado Aiolos. 

El aleteo furioso de una parvada de pájaros ahogó su exclamación. Ante sus ojos, las aves se arremolinaron cerca del suelo y mudaron en la figura espigada, hermosa y altanera de una mujer que clavó la vista en Afrodita. La mirada se mostraba airada y ofendida. 

―Me has enviado asesinos ―escupió Freyja, furiosa, dirigiéndose al santo de las rosas―. Y te haces acompañar de otro. 

―Yo no te he enviado a nadie. El hombre al que has atacado te buscaba, es cierto, pero no para hacerte daño. Tampoco mi hermano quiere tu mal. Soy yo quien quiere arrancarte la piel... y no me iré de aquí sin haberlo hecho ―respondió Afrodita con voz helada, liberando su cosmos y convocando sus rosas venenosas, que aparecieron abundantes entre sus manos―. Mi amado está muriendo. Y tú no te vas a escabullir de la responsabilidad... 

Milo estaba en la biblioteca de Acuario, acompañado de Aiolia y Marín, quienes hojeaban al descuido algunos volúmenes pertenecientes a Camus. Escorpio tecleaba muy concentrado en su notebook: estaba rodeado de libros, lápices y cuadernos. Ocasionalmente hacía una búsqueda en la red y volvía su atención hacia sus libros, llenos de notas al margen y subrayados. La rosa roja de Camus se alzaba, juguetona y fragante, a un lado suyo desde su vaso con agua. 

―¿No te ha hecho bronca Camus por el estado en que tienes tus libros? ―preguntó Marín con una sonrisa relajada en los labios. 

―No. Cuando descubrió que éste es mi modo de estudiar dejó de fastidiarme ―respondió el rubio sin levantar la vista del libro que revisaba. Luego volvió a teclear en su dispositivo. 

―¿Cuándo debes tener lista esa cosa? ―preguntó Aiolia, cambiando el diccionario que hojeaba a una vieja novela impresa en caracteres raros: frunció la nariz y la dejó a un lado, como si quemara. 

―Esta cosa se llama tesis y la entregaré en un mes. Pero antes de entregarla quiero que Camus la revise y se asegure de que no he dejado errores de ortografía o que me he saltado fuentes en las referencias. Me gustaría que mi director de proyecto me marque la menor cantidad posible de correcciones. Además, Camus jamás consentiría que entregara un trabajo mal hecho... 

―En serio tienes prisa por graduarte ―dijo la Santa del Águila con una risita divertida que Aiolia coreó. Se tomaron de las manos y se sonrieron con ternura. 

―Lo que quiero es concentrarme en Camus ―respondió Escorpio sin titubear―. Irme con él a Siberia, asegurarme de que no necesita nada. Apoyarlo con los chicos y con el padre necio. Pero ni de chiste me permitirá acompañarlo si tengo esta monserga por terminar... 

Unos pasos se dejaron escuchar en el salón principal. Los tres levantaron la cabeza un momento y siguieron con sus asuntos: Mu y Shaka estaban atravesando Acuario hacia Piscis. Y de seguro los sintieron en la biblioteca, porque hacia allí redirigieron sus pasos. Dos cabezas se asomaron en la entrada: la rubia deslumbrante de Shaka y la castaña clara, con reflejos broncíneos, de Mu. Ambos estaban serios. 

―¿Están muy atareados? ―preguntó Shaka con calma. 

―Marín y yo no lo estamos. En realidad, tratamos de distraer a Milo. Debimos aceptar la propuesta de Aldebarán y Shaina de acompañarlos a sus vacaciones en Poros y Sifnos... 

―Habla por ti ―dijo Marín―, yo sí quiero que Milo termine su tarea lo más pronto posible. Y por ningún motivo le habría arruinado a mi amiga su viaje de novios. Qué mal gusto... 

―Gracias, Marín ―respondió Milo, distraído―. Tú sí eres una buena amiga. No como el gato sarnoso que me quiere ver en extraordinarios y sin Camus. Sólo por eso te diré cuál es el mejor hotel en Milos, para cuando quieras vacacionar con este perdedor... 

―¿Crees que podrías dejar tu tarea para más tarde, Milo? ―preguntó Mu con suavidad. Milo, Aiolia y Marín volvieron sus ojos hacia él, interrogantes―. No quiero alarmarlos, pero hemos sabido que Saga trajo a Deathmask y Shura de regreso desde Escania. Están en La Fuente. Parece que Death está... mal... 

―¿Mal como qué? ―dijo Milo cerrando la tapa de la notebook y levantándose―. ¿Qué hizo el maldito imbécil? ¿Se hizo lanzar las rosas de Afrodita? 

―No lo sabemos ―respondió ecuánime Shaka―, pero Saga nos ha animado a ir a verlo, pues podría ser que no lo veamos vivo después ―los tres jóvenes se espantaron y acercaron a los dos visitantes―. Los trajo no hace mucho: Shura está bien en lo físico, pero muy alterado de ánimo. Es Angelo el que está grave. El doctor Katsaros lo está atendiendo en la sección de emergencias. Saga nos pidió que fuéramos a La Fuente y avisáramos de camino a quien encontráramos. 

―Supongo que Kyría ya sabe, ¿verdad? ―intervino el escorpión. Respiró profundo, tratando de calmarse―. ¿Pueden llevarnos con ustedes? No hay nadie más a quién avisar aquí... Supongo que habrá que informar a los demás. Trataré de contárselo a Camus, que querrá verlo con seguridad...  

A Saga le estaba costando estabilizar las emociones de Shura, que se encontraba deshecho y bañado en llanto: jamás se imaginó tenerlo así entre sus brazos, crispado y agitado por los violentos sollozos. Ni siquiera cuando le ordenó cazar a Aiolos... no... no quería recordar eso... 

En cuanto llegaron, el doctor Katsaros se internó en una sala de emergencias junto con un grupo de médicos para tratar de recuperar a Angelo. No podía decir que tuviera éxito, porque el personal de enfermería entraba y salía con premura y ningún médico se había dignado a informar que el cangrejo estuviera fuera de peligro. Podían sentir el débil cosmos de Deathmask fluctuando, extinguiéndose por momentos para volver a resurgir luego, como la llamita de una vela a punto de apagarse.  

Saori y Julián llegaron poco tiempo después y la joven se apresuró a arrebatar a Capricornio de los brazos de Géminis. Allí, en el hombro de aquella muchacha diminuta, Shura dejó ir todo el dolor que llevaba atorado desde hacía horas. Solo entonces Saga se permitió establecer contacto con Mu y Shaka para informarles la mala nueva. 

Sorrento, siempre discreto, se había apartado para hablar con Poseidón y Athena de lo sucedido en cuanto los vio entrar a la sala. Contó en pocas palabras lo que tuvo oportunidad de ver en Escania. Shura no intervino para nada y siguió concentrado en su dolor, escuchando la narración objetiva de los hechos que lo tenían estrujado.  

Luego de unos escasos minutos el doctor Katsaros salió de la sala de emergencias, con cara de pocos amigos y sin mirar a nadie. Iba seguido de una cama de hospital empujada por un par de camilleros y un médico de guardia, en la que se podía apreciar a Deathmask con el torso desnudo lleno de electrodos, vías intravenosas colgando de los soportes y el dispositivo que lo conectaba a un respirador sobresaliendo apenas de su boca. La expresión en el rostro del doctor era tal que ni siquiera Saori se atrevió a acercarse. Los vieron marchar hacia Cuidados Intensivos, en medio de un silencio ensordecedor. Fue entonces que Aries apareció en la salita acompañado de los pocos que permanecían en Santuario. 

―¿Cómo está Angelo? ―se apresuró a preguntar Milo, con el rostro contraído de angustia. Marín y Aiolia se fueron hacia Saori y Shura.  

―No sabemos. Es de suponer que muy delicado. El doctor acaba de trasladarlo a Cuidados Intensivos. No se veía muy bien... ―respondió Saga apesadumbrado. 

―¿Dónde está Afrodita? ―preguntó Mu con voz ominosa―. Debería estar aquí. 

―Se quedó en Escania. No quiso venir. Pretende... linchar a la tipa que atacó a Death ―dijo Géminis con gesto de franco fastidio y apretándose el puente de la nariz―. No fue posible convencerlo de venir. Aiolos y Krishna se quedaron con él, para buscar a la responsable... Les ofrecí reunirme con ellos en cuanto dejara instalados a Angelo y Shura, pero ahora... no sé. No quiero irme sin tener idea de cómo está Angelo. 

―Saga ―dijo Saori―, entiendo tu preocupación, pero me inquieta que Afrodita, Aiolos y Krishna puedan tener una confrontación con esa diosa que se ha cruzado con Angelo. Con excepción de Odín, que es nuestro aliado confirmado, ningún dios nórdico me inspira confianza en estos momentos. Por favor, ve por ellos. Shura, ¿quieres ir con Saga para traer a Afrodita? 

―No ―respondió Capricornio un poco más compuesto―. No me moveré de aquí hasta saber que Angelo está bien o que se ha muerto... Pero también creo que Afrodita debería estar aquí. Si se encuentra con esa diosa o con sus gatos y le pasa también algo... 

―¿Gatos? ―preguntó Saori alarmada―. ¿Azules? 

―Sí ―respondió Shura con un hilo de voz y un nuevo temor asomándole a los ojos. ¿Por qué Saori sabía eso? 

―¿Crees que es Freyja? ―preguntó Julián con voz tranquila. 

―Sí. Afrodita la nombró así. ¿Qué con ella? ―intervino Shura cada vez más a la defensiva. 

―Es la diosa de la fertilidad, el amor y la belleza de los nórdicos, algo así como nuestra diosa Afrodita ―contestó Saori con voz sombría―. También es hija de Skade. 

Shura y Saga se quedaron helados en su sitio luego de las palabras de Athena. Aiolia se removió en su sitio, incómodo y Milo frunció el ceño con desagrado. 

―No me gusta que mi hermano esté en Escania con un familiar de la loca de las heladas suelto por ahí ―rezongó Leo―. Nadie me garantiza que no atentará contra él después de que se encargó de ahuyentarla de Santuario a punta de saetas. ¿Puedo ir a buscarlo? 

―Quédate aquí, Aiolia ―dijo Saga―, yo me encargo de ir por ellos. Santuario debe conservar un mínimo de sus santos activos: tendríamos que dar la alarma y llamar a los santos de plata y de bronce a las armas. Cualquier cosa que suceda con Angelo, háganmela saber. Trataré de traer a Afrodita, Aiolos y Krishna sin dilación. 

―Yo voy contigo ―intervino Milo sin dudar. 

―No ―respondió Saga con mal semblante―. Ya dije que no hay suficientes santos aquí. 

―No me importa. Voy contigo. Me aseguraré de que todo esté bien y de que esas desquiciadas no pretendan moverse hacia Camus. Y ya puestos, ¿pueden avisar a Estación Siberia que las cosas están raras con la prima loca de Bóreas? 

―Le diré a Bóreas nada más, Milo ―dijo Saori con voz tranquila―. Él se encargará de vigilar. No quiero alarmar a todo el mundo sin tener información firme de lo que sucede: en realidad no sabemos si Skade está involucrada. También haré venir a Shion y Dohko, que están en China de visita con Shiryu y Shunrei. Váyanse. Armados, por favor...  

Afrodita echaba dagas por los ojos. No se molestaba en ocultar ni por un momento el desagrado absoluto que sentía por aquella mujer. Y Freyja, por su parte, tenía el rostro desfigurado por una mueca de indignación que se le intensificaba conforme transcurrían los segundos. 

Atrapado en aquel fuego cruzado de miradas letales se encontraba Aiolos, que sólo se preocupaba de llegar al general del Océano Índico, cuya vida o muerte era aún incapaz de determinar. Cuando Afrodita se dispuso a lanzar sus primeras rosas, Aiolos se apresuró a formar ante ellos una sutil barrera de energía que contuviera los arrebatos de Piscis y los protegiera de las represalias de la diosa. 

―¿Qué demonios te pasa, Aiolos? ¡Si no me ayudas, no me estorbes! ―gritó Afrodita enojadísimo.  

―¿Te das cuenta de lo que haces, so bruto? ―contestó Aiolos cabreado―. ¿Qué te hace pensar que necesitamos otra guerra? Y no sé si lo has notado, ¡pero venimos desarmados! 

―¡Esta hija de la gran perra ha dejado a Angelo al borde de la muerte! ¿Y quieres que permanezca en paz con ella? ¡Sólo si tengo su corazón palpitante entre mis manos! 

―¡Por la Diosa! ¡Deja de decir sandeces, Afro! ―se impacientó el arquero al darse cuenta de hasta qué punto sería difícil tranquilizar a Piscis―. ¡Vamos a desatar otra guerra! ¿No te basta el conflicto que ya tenemos con Skade? 

―¡Ella es parte de ese conflicto! ¡Ya te dije que es la hija de la maldita degenerada! ―bramó enfurecido Afrodita. Aiolos asintió con expresión consternada y volvió la vista a la furibunda jovencita que los miraba, indignada, junto al cuerpo del general de Chrysaor. 

―Señora, sé que actúas en favor de tu madre ―dijo Sagitario con toda la tranquilidad que pudo reunir―. Debes entender que mi compañero caído no tenía malas intenciones contigo. Permíteme recogerlo y auxiliarlo. Te aseguro que no te haré ningún mal. Ignoro la razón por la que atentaste contra mi hermano Angelo, pero no tomaré venganza y me haré a un lado para que mi hermano Afrodita y tú lo discutan... 

―¡Yo sólo deseaba tener tu atención, Garth! ¡Sólo deseaba tener tu voluntad de mi lado! ¡Te pedí que hablaras a favor de mi madre ante tu Dama! ¡Pero te cerraste por completo! ―chilló Freyja enfurecida. 

―¿Qué esperabas si le hiciste daño a mi amante? ¡Se está muriendo! ¡Tuvo que venir un médico a tratar de salvarlo y se lo llevó moribundo! ¿Qué ánimo favorable esperas de mi parte si otra vez me has herido en aquellos a quienes amo? ¡Eres horrible y cruel! ¡Y tu madre también lo es! 

―¡Te ofrecí el contraveneno para tu compañero! ¡Pero lo rechazaste! 

―¡No voy a tomar nada de ti! ¿Cómo sé que no me estás entregando una toxina aún más potente para exterminarlo? ¡No confío en ti, nunca más lo haré! Tuviste mi confianza cuando era pequeño, te amé y aun así mataste a mi abuela... No puedes luchar contra tus propias acciones, Freyja, todo lo que has hecho en mi vida ha acabado en la muerte de alguien a quien amo... 

―¡Fue un error! 

―¡Y no te imaginas qué tan grande! ¡Nos perdiste, Freyja, para siempre! ¡Nadie de mi sangre volverá a cantar tu seith, nadie de mi sangre volverá a realizar tus ritos de fertilidad! ¡Haz lo que quieras, revienta de ira si lo deseas, pero nos has perdido! ¡Me has perdido! ¡Es más, nunca me tuviste, nunca estuve destinado a ser tu sacerdote! ¡Ahora entréganos a Krishna y prepárate a conocer MI veneno! 

―¡Afrodita, cállate, deja de amenazar! ―gritó Aiolos tratando de apaciguar a su compañero en vano. 

―¿Nunca, dices? ¿Nunca estuviste destinado? ¡por supuesto que estabas destinado! ¡Y también estaba destinado que nacieras mujer! ¡Pero tu madre hizo lo que quiso con la tradición! ¡Debía buscar a uno de los nuestros y en lugar de eso, hizo el rito con un extranjero, con un elemento fuera de mi control! ¿Y tú te indignas de que yo la haya castigado? ¡Contravino sus órdenes, desafió mi voluntad, pisoteó las costumbres! ¡Tú habrías sido mi más grande sacerdotisa! 

―¡Tu más grande puta, dirás! ―rugió Afrodita fuera de sí y con los ojos rebosando lágrimas quemantes y furiosas―. ¡Tu más grande puta! ¡Eso fue lo que hiciste de cada mujer de mi familia durante siglos, en aras de tu tonto rito de fertilidad! ¡Prostitutas! ¡Prostitutas sagradas, pero prostitutas al fin! ¡Respetadas, sí, pero también temidas y secretamente rechazadas! ¿Y eso es lo que lamentas no haber conseguido para mí? ¡Vete al infierno! 

Aiolos estaba petrificado escuchando la diatriba dolorosa de Piscis y sus palabras hicieron luz sobre la tremenda y ponzoñosa ojeriza que Afrodita sentía por Freyja. Se imaginó el alma ofendida de su compañero y entendió: entendió la furia y el dolor. Empatizó con su corazón herido. Incluso así, intentó razonar con él. 

―Afro... te lo ruego... detente... no es prudente que des curso a este conflicto... detente y vámonos con Angelo... él sí te necesita con desesperación... esta Dama... sólo te distrae de lo que en verdad importa. Si le haces daño, ¿en qué cambia la situación de Deathmask? 

Las palabras de Aiolos calaron en las emociones de Afrodita, que de pronto permitió que las lágrimas se le deslizaran por las mejillas. No por eso relajó su postura, ni hizo desaparecer sus rosas: aún se mantenía a la expectativa, monitoreando los movimientos de Freyja y aprestándose a atacar en caso necesario. La diosa, por su parte, temblaba de ira y de incomprensión. ¿Cómo alguien que fue tan cercano a su corazón había terminado tan lejos de ella? ¿En verdad, tan grande había sido su ofensa? Recordó las palabras de su madre, increpándola por no haber matado a Garth tan pronto como nació. 

―¿Quién es tu padre, Garth? ―preguntó recordando con dolor el reproche de Skade cuando estuvo en su presencia―. ¿Quién es tu padre? Älskade mamma min dice que tu vida es una aberración y que debí matarte en cuanto naciste, junto con tu madre, por haberme desobedecido. ¿Quién es? ¡Él es mi verdadero enemigo por haberte apartado de mí! ¡Es a él a quien debo castigar a conciencia por sacrílego, por haber puesto la mano sobre mi bella sacerdotisa! 

―¿Cómo puedo saber quién es mi padre, si mataste a mi mamá antes de que pudiera decírmelo? ―respondió Afrodita fuera de sí―. ¿Por qué no se lo preguntaste a ella? ¿Tan irreflexiva eres que no averiguas a profundidad en qué consisten las ofensas que según tú te infligen? ―el santo de las rosas sollozó y aspiró profundamente, intentando calmarse―. Pero tengo mis sospechas y creo que tú también... pude irme sin problemas y ponerme al servicio de un panteón ajeno al mío... Cuando me preguntaron bajo qué nombre llevaría mi investidura de Santo de Athena, el nombre Afrodita salió de mis labios antes de que me diera cuenta... Soy hermoso y con frecuencia soy codiciado por hombres y mujeres... No puedo decir quién es mi padre, pero sospecho... ¿No sospechas tú también? ¡Las estrellas de Piscis están bajo el amparo de la diosa Afrodita y su hijo Eros! ¿No sospechas, atolondrada? 

Las palabras de Afrodita, pero sobre todo su último insulto, terminaron de derrumbar a Freyja. Emitió un grito potente de frustración y enojo: Aiolos incluso se habría atrevido a asegurar que fue un grito de dolor, de pérdida. Al instante, los linces se pusieron en movimiento y saltaron sobre los dos santos, que se escudaron tras una barrera de cosmos y consiguieron mantenerlos alejados.  

Aiolos, sin embargo, seguía preocupado por Krishna. 

Observó consternado que nada podría hacer por calmar las aguas entre Afro y Freyja y tomó la decisión de ir por el guerrero caído. Dejó a Piscis, confiando que sería capaz de capear la tempestad que tal vez no había provocado, pero sí intensificado, y se concentró en alcanzar a Chrysaor. Los linces lo siguieron, por supuesto, y se esforzó en no dañarlos. Los evadió lo mejor que pudo enviándoles descargas eléctricas de baja intensidad con su Atomic Thunderbolt. Con eso consiguió llegar hasta el hombre inconsciente y lo tomó en brazos para alejarlo luego del jardín de la diosa. Consiguió establecer una nueva posición, unos 100 metros atrás de donde Afrodita se encontraba encarando a Freyja: ésta finalmente había perdido la paciencia y aprisionaba al santo de las rosas con la zarza más enorme, espinosa y desagradable que Sagitario había visto en su vida. La planta se aferraba a Afrodita como si fuera una serpiente y clavaba las púas en su piel. Si aquello causaba dolor a Piscis, no lo demostraba. 

―¿En serio, Freyja? ¿En serio? ¿Esto es lo mejor que puedes hacer en mi contra? ¿Veneno? ¡Yo soy veneno! ¡Las plantas rastreras que me eches encima me tienen sin cuidado! 

Freyja entendía, por supuesto, de qué iba el reproche que su antiguo amigo le escupía. Por supuesto que Garth era veneno. Consideraba que aquello era parte del peculiar lazo que la unía a ella y que era, al final, el origen de su dolorosa decepción por haberlo perdido. Compartía tanto con él. Era capaz de conectarse con ella a niveles que, estaba segura, él mismo ignoraba. Cualquier veneno que ella creara, era seguro que Garth podría reproducirlo. Pero no parecía saberlo. Se apartó de ella demasiado pronto. No tuvo tiempo para hacerle ver que, si bien sus poderes no llegaban en nivel y profundidad a los que ella detentaba, sí se acercaban en área de influencia. 

―¡Cállate! ¡Deja de vociferar! ¡Muérete o libérate, pero deja de vociferar! ¡Te he querido tanto y me lastima tanto que ahora estés lejos de mí! ¡Quiero matarte para dejar de sentir este baldón en mi ánimo! ¡Pero aún te quiero y me hiere lastimarte! 

―¡Pues a mí no me hiere hacerte daño! ¡Al contrario, lo único que quiero es ver tu sangre correr, maldita! 

Afrodita consiguió neutralizar la zarza que lo constreñía, que al contacto de su cosmos se necrosó y cayó pulverizada. Entonces, enfadado y tocado por la intensidad del momento, arrojó una andanada de rosas hacia Freyja. Era una inconsciencia y una banalidad de su parte, pues así como él podía ser inmune a los venenos de Freyja, así era ella inmune a los que él podía producir. De cualquier modo, se sintió vengado cuando las espinas de las rosas rasgaron la piel bellísima y sin mácula de la Dama y finos hilillos de sangre se deslizaron por ella. Era una satisfacción ínfima, pero al menos había conseguido regresarle un poco del dolor que le había infligido a Angelo y de la humillación que había inferido a su madre y su abuela al matarlas de un modo tan degradante. 

Por un momento, en aquel campo solo se escucharon el grito victorioso de Afrodita y el furibundo de Freyja. Pasado ese momento, otros sonidos dominaron el espacio. 

El estallido de energía de la Another Dimension se dejó oír por unos segundos y Afro vio salir de las entrañas entrópicas de aquel túnel a Saga y Milo, investidos de sus ropajes sagrados. Ambos santos escanearon con rapidez el terreno y se dirigieron, Saga al lado de Piscis y Milo al lado de Sagitario, cada uno con la intención de apoyar a Afrodita y Aiolos con la situación particular que cada uno tenía entre manos.

―Suficiente, Piscis. Kyría nos quiere a todos en Santuario, con Angelo ―dedicó una mirada de profunda antipatía a la mujer furibunda que tenía ante sí―. Cualquiera que sea el desacuerdo que tienes con esta dama, tendrá que esperar para otra ocasión.

Sin embargo, apenas terminó de hablar, el sonido del viento arreciando invadió los oídos de todos los asistentes a aquel campo de batalla. Freyja alteró la expresión de su gesto: de la furia pasó al azoramiento. Saga vio cómo el suelo cubierto de grama verde y de hierbas vivaces cobraba un aspecto brillante y blancuzco: hielo. Milo, que se había inclinado para tomar el pulso a Krishna, se levantó de nuevo cuando sintió unas levísimas briznas heladas en el rostro: extendió la mano y un diminuto copo de nieve cayó, como un pétalo inocente, en su palma. 

Una suerte de desánimo paralizante, de tristeza y desolación mortal, atacó los corazones de los cuatro santos y se aferró a ellos como raíz insidiosa. De un momento a otro, los recuerdos más desgarradores de sus vidas emergieron en sus memorias y sus almas: a la mente de Saga llegaron imágenes sangrientas de un joven añorado que ya jamás volvería a abrazar y el eco de la risa sardónica de una entidad que lo tuvo sometido demasiado tiempo; en la de Aiolos surgió la fuga ominosa que lo separó de su único familiar y del amor de su vida, el desvalimiento de no saber si las manos que había elegido cuidarían en verdad de la nenita que había dejado a la deriva; Afrodita fue golpeado con el dolor recrudecido de las muertes vanas de las mujeres de su vida y la agonía del hombre que completaba su existencia junto con Shura; y Milo se estremeció al recordarse pisoteando un juramento de amor santificado durante una última noche de ardores y ternuras, quedó aplastado bajo toneladas de nieve revuelta y escombros removidos, por la remembranza de los ojos de su amado privados para siempre de la luz.

―¿Te permites a ti misma, a ti, que conduces a las gloriosas valkirias, ser herida por la insignificante aberración que trajo al mundo tu sacerdotisa sacrílega? ―dijo una voz bella, pero monocorde.  

Los cuatro santos volvieron el rostro hacia la dirección de donde provino aquel reproche y vieron, altísima e inalterable, a la Señora Skade. Apenas unos metros atrás de la posición de Aiolos, la Dama del Invierno los miró como quien mira a una hormiga y su único ojo iluminado se fijó, de pronto, en el arquero. Frunció el ceño, desdeñosa y una ligera lluvia de copos de nieve se cernió sobre sus enemigos, rodeándolos e inmovilizándolos. 

―Tú tuviste el atrevimiento de tocarme no hace mucho. Me heriste el rostro, aunque la herida no significó nada y se borró de inmediato. Sin embargo, no puedo dejarte ir así, sin el castigo adecuado. 

Freyja supo al instante lo que pasaría y su rostro expresó un pánico profundo. Saga, que le daba la espalda y no terminaba de entender que estaba bajo el influjo de Skade y la nieve que había precipitado sobre ellos también lo supo, pero en lugar de pánico mostró incredulidad a pesar de que había intuido las acciones de la Dama del Invierno con un segundo de antelación. Quiso reaccionar ante lo que sabía que sucedería, pero se sentía clavado en su sitio, sin posibilidad de moverse, con una sensación de déja vu arañando en su cabeza, sintiendo como su corazón latía desbocado y su raciocinio huía a derroteros desconocidos para intentar procesar el dolor, la desdicha.  

Aiolos, que un momento antes se había levantado para proteger a Krishna, de pronto estuvo en tierra, de hinojos y tratando de sostenerse con su mano izquierda. La derecha estaba ocupada en aferrar la fina asta del venablo de hielo que lo traspasaba de pecho a espalda y que le había hecho escupir sangre. No había dejado de prestar atención a Skade: mantenía su mirada digna y libre de insolencia trabada en los ojos de la diosa, negándose a humillar el gesto. La Diosa del Invierno inclinó un poco su rostro, como analizando las emociones que el arquero trataba de expresar. Las emociones, sin embargo, no eran parte del dominio de la Señora y, antes de que Aiolos pudiera decir o hacer algo, le lanzó dos venablos más, con lo que el joven perdió las fuerzas y cayó exánime. 

Älskade mamma... ―musitó lastimera Freyja―. ¿Qué has hecho? 

Escorpio, contenido por el embrujo de Skade y estático por la sorpresa que le deparó la presencia de aquella mujer a la que odiaba, logró ponerse en movimiento, furioso, cuando vio la sangre de Sagitario manar sobre la nieve. En un instante devoró la distancia ínfima que los separaba y la larga y filosa aguja escarlata hizo su aparición para tomar destino hacia la horrible criatura que se había cebado en Keltos y ahora en Aiolos. Skade lo miró con una expresión similar al tedio. 

―Ah, eres tú, amante indigno. Ven, déjame conocerte...  

Y extendió la diestra hacia el rostro de Milo, que se quedó quieto y como traspasado por miles de voltios cuando los dedos de la mujer tocaron su frente. Se quedó así, inmóvil y trémulo, con los ojos en blanco, sostenido en el aire en precario equilibrio mientras la mujer prolongaba el contacto con la curiosidad plasmada en sus rasgos. 

Freyja corrió hacia su madre y eso hizo reaccionar a Afrodita que acudió a su vez a Sagitario para tratar de auxiliarlo. En esos breves instantes, el Santo de Piscis comprendió por qué a Freyja la llamaban la Señora del Hermoso Llanto: sus mejillas estaban cubiertas de lágrimas doradas, brillantes como el oro, mientras, desesperada, trataba de apartar a su madre de Escorpio, sin lograrlo, y de alejarla de aquellos hombres que clamarían venganza. Para Piscis, descubrir que Freyja quería proteger tanto a Skade como a ellos de la furia y las ansias vengativas que estaban por desatarse de uno y otro lado fue un descubrimiento impactante. Las intenciones de la Dama de la Fertilidad lo dejaban a la deriva en un mar de incertidumbres. Su azoramiento, sin embargo, se convirtió en horror cuando escuchó el grito desgarrador de Saga, que por fin recuperó el movimiento y la voz y se vio arrastrado por sus intensas emociones. 

 ―¡Aiolos! ¡Aiolos! ¿Qué has hecho, perra? ¿Qué has hecho, desgraciada? 

Afrodita sintió aterrorizado cómo una presencia rabiosa y devastadora, que antaño los había domeñado, devoraba el cosmos cuidadosamente equilibrado de Saga; vio la hermosa cabellera rubia del gemelo mayor volverse negra como la noche. Y los vientos helados de Skade se vieron opacados por las ráfagas de energía que anunciaban la Galaxian Explotion. La Dama del Invierno se sorprendió de que aquel insignificante humano mostrara tal alarde de poder y por fin soltó a Milo, que cayó al suelo, inerte. Piscis observó azorado el horrible panorama que se presentaba ante sí. ¿En qué momento se había ido todo a la mierda? 

―¡Vámonos, madre, te lo imploro! ¡Vámonos antes de que empeores las cosas! 

―¿Empeorar? ¿Qué voy a empeorar? ¿Qué es peor que venir a cuidar de una criatura que no hace honor a mi sangre? ¿Es que no eres capaz de defender tu integridad y tus derechos, niña insulsa? 

Y así como llegó traída por vientos tempestuosos, desapareció Skade dejando a Freyja desbordada por la incomprensión. Acudió a salvarla cuando sintió que estaba en peligro, pero de igual modo la abandonó en cuanto le pareció que el peligro pasó. ¿Por qué? ¿Por qué era así su madre? ¿Por qué era incapaz de establecer un vínculo con ella? Se quedó arrodillada en el suelo, abatida e indefensa, aplastada por la profunda indiferencia de la madre inaccesible. 

Saga se precipitó a la vieja locura, impulsado por la impotencia, el terror y la ira; estaba tan fuera de sí que no era capaz de ver que su enemiga ya se había ido y que estaba a punto de destruir a sus hermanos y al que su espíritu llamaba en vano. La culpa que sentía hacia él le amarraba la lengua para decir con todas sus letras lo que su corazón llevaba toda la vida gritándole. Y por esa necedad idiota, Aiolos estaba muerto ―otra vez― sin haberle escuchado decir su verdad, la verdad que ambos sabían, pero Saga no se atrevía a verbalizar: que lo amaba con desesperación. 

―¡Basta, Saga; basta por favor! ―gritó Afrodita aterrado―. ¡Vas a matarnos! ¡Matarás a Milo! ¡Matarás a Aiolos! ¡Y ambos te necesitan! ¡Yo te necesito! ―gimió con el corazón oprimido mientras, de rodillas, abrazaba a Sagitario y estrujaba una mano de Escorpio. 

Los gritos de Afrodita hicieron notar a Saga que Skade ya no estaba y, en un intento supremo de controlarse, lanzó la energía acumulada entre sus manos hacia arriba, al cielo. Una luz cegadora se extendió en el área y una ráfaga de fuerte viento los azotó, levantando hielo y polvo del suelo. Cuando la energía se difuminó, Saga se encontró desmadejado en el piso, respirando con dolor, con la vista anegada por el llanto. Se incorporó y vio a Piscis agazapado, intentando proteger con su cuerpo a Sagitario y aferrando con fuerza a Escorpio, que permanecía inconsciente, con los ojos abiertos y la esclerótica a la vista. La cosa que lo arrastraba a la locura se le aferraba con insistencia: escuchaba voces que lo instaban a matar, a destruir, a no dejar ser vivo íntegro en aquel paraje, a desmenuzar cada roca que encontrara en su camino. Pero vio la espalda de Afrodita encorvada sobre Aiolos y la sangre de éste tiñendo el suelo cubierto de nieve. Se obligó a respirar y a enfocar su visión, sus pensamientos. Mandó a callar a Arles: lo estrujó, lo minimizó y lo confinó a un rincón de su cerebro. Se levantó y se obligó a caminar: primero un pie y luego el otro, así hasta conseguir dar los pasos que lo separaban del hombre que su corazón llamaba. 

―Aiolos... ―musitó. 

Y se dejó caer a su lado. Se lo arrancó a Afrodita quien, sin dejar de llorar, acunó a Milo entre sus brazos. Piscis vio como el cabello de Géminis se poblaba aquí y allá de mechones negros y dorados. 

―Saga... Saga... ―gimió Piscis estrujando a Escorpio contra su pecho―. El amor de tu vida se muere... y esta vez sí puedes salvarlo...  





Aclaraciones

Listo. Segunda actualización de la semana a la orden. Juro que he dado mi mejor esfuerzo para que este capítulo quedara decente y a la altura y espero con sinceridad haberlo conseguido. Ha quedado algo extenso en relación con los anteriores. En parte se debe a que está retomando las historias tocadas con antelación.

Ahora sí empezaron los trancazos. Y de aquí en adelante van a seguir.

Pues bueno, espero que el capítulo les haya gustado y, sobre todo, que no haya resultado caótico, pues muchos personajes estuvieron involucrados en él. Lo que tendría que haber sido una pelea vindicatoria se convirtió en un campo de batalla en toda la regla, en la que además los enemigos no fueron los esperados en un primer momento. A partir de este capítulo también vuelven a las andadas Milo y Camus.

Ahora vienen las aclaraciones, que son más contextuales que otra cosa: 

1. Saft: bebida tradicional sueca hecha a base de frutas, especialmente bayas. Es muy popular y disfrutada por gente de todas las edades. A Deathmask le gusta de manera especial y Afrodita suele comprarla para él cuando tiene oportunidad.

2. Seith: Conjuro, adivinación, hechizo. La magia que practican las völvas o seithkonas. Creo que ya les conté que el seith era practicado casi en su totalidad por mujeres, pues no era del todo bien visto que lo practicaran los varones. Sin embargo, hay excepciones notables: Odín, por ejemplo, lo practicaba.

2. Déja vu: Se dice de la sensación de haber vivido anteriormente una situación que experimentas por primera vez. Es una expresión de origen francés.

Y pues ya. Confieso que este es un capítulo que me resultó difícil escribir por varias razones: el tipo de conflicto que plantea, la batalla con las dos diosas, el retorno de Saga enloquecido, la caída de Aiolos y Milo y un larguísimo etcétera. Varios de los capítulos por venir me han representado dificultades similares y ofrezco disculpas si se me ha ido alguna imprecisión o incoherencia. Este fic en particular es, según creo, lo más ambicioso que he hecho hasta ahora y agradezco enormemente su acompañamiento.

FE DE ERRATAS: En el capítulo de Cabo Sunion me dio por escribir Julian en lugar de Julián. Perdón. Mi TOC, por supuesto, no me perdona. He decidido no corregir porque creo que a mi TOC le hace bien la imperfección. Ya está (te acabo de hacer una trompetilla, TOC. Al cabo igual no me dejas dormir aunque me porte chida contigo).

El crédito de la imagen de la portada es para su increíble autor y autora, y rememora, por supuesta, a la gran Dama Skade, que además de un gran personaje, es HDLCH como ella sola. Y fuera de eso, la verdad es que quedó chulísima la desgraciada.

Pues ya. Nos vemos el próximo martes. Les deseo un fin de semana feliz, reparador, abundante en compañías entrañables y buenos ratos. Mi agradecimiento por su tiempo de lectura, votos, comentarios, sugerencias y todo lo demás. Amor con amor se paga. L@s quiero 😘❤😘

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro